Brasil, el país con mayor diversidad biológica del mundo, se despide de un 2024 marcado por los extremos climáticos: en mayo unas inundaciones históricas sumergieron el sur bajo el agua y poco después la Amazonía vivía una sequía récord, que enlazó con una ola de incendios tanto en la selva como en otros biomas.
Estas catástrofes ambientales, sobre todo las lluvias en el estado sureño de Rio Grande do Sul provocaron una conmoción social que ayudó a consolidar una tendencia que los especialistas ya vienen observando en los últimos años: el debate sobre el cambio climático ya ha salido de la burbuja ecologista. Está en la calle.
Para Vitória González, coordinadora de proyectos de la plataforma CIPÓ, en los dos últimos años, sobre todo en 2024, el tema del cambio climático «ha ganado más espacio en los medios de comunicación y en la vida cotidiana, no sólo de las personas directamente impactadas».
En Rio Grande do Sul murieron 183 personas y más de 400.000 se vieron obligadas a dejar sus casas. Imágenes impactantes, como el rescate de un caballo en el tejado de una casa rodeada de agua, se intercalaron con informaciones sobre lo poco que la ciudad de Porto Alegre invirtió en prevención de inundaciones en los últimos años (cero reales en 2023) o la desregulación de la legislación ambiental que el gobernador del estado impuso en 2019, modificando 500 puntos del Código Estadual de Medio Ambiente.
Una encuesta del año pasado del Instituto de Tecnología y Sociedad (ITS) de Río mostró que a los brasileños les preocupa el medio ambiente. Según el sondeo, el 94 por ciento cree en el cambio climático y el 74 por ciento considera que está causado por el ser humano (en EEUU los porcentajes bajan al 70 y el 58 por ciento, respectivamente).
La sociedad sabe que existe un problema, pero la falta de educación política y ambiental dificulta que haya una traslación de esa conciencia al voto, comenta González, que pone como ejemplo la relección del alcalde de Porto Alegre, Sebastião Melo, en las recientes elecciones municipales a pesar de su cuestionable gestión de la crisis, sobre todo por la falta de inversión en prevención.
«Me parece una gran pérdida para el debate sobre la responsabilización de los políticos por la inacción frente a los desastres», afirma González.
En un año de extremos, poco después de que la lluvia anegara el sur de Brasil empezó la temporada seca en el norte: la Amazonía registró la peor sequía que se recuerda, con los ríos en niveles bajísimos y con buena parte de su caudal transformado en bancos de arena. Lo mismo ocurrió en el centro-oeste del país: en el Pantanal, la llanura inundable más grande del mundo, el río Paraguay alcanzó el nivel más bajo desde 1900.
Como consecuencia de la falta de agua, la temporada de incendios fue especialmente virulenta. En la Amazonía, en los 11 primeros meses del año se registraron 134.979 focos de incendio, un 44 por ciento más que en el mismo periodo de 2023, y en el Cerrado (la sabana tropical brasileña) y el Pantanal el aumento aún fue mayor, del 64 y el 139 por ciento, respectivamente.
Para González, la preparación o no ante este tipo de desastres ambientales «no puede pensarse únicamente en los momentos críticos», sino que debe pautarse en políticas de medio y largo plazo que sean capaces de adaptar los territorios a esos choques extremos, «conciliando conservación y desarrollo».
En cualquier caso, la especialista refuerza la mejora significativa en términos ambientales y climáticos en el actual gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva en comparación con la administración de Jair Bolsonaro (2019-2022), «donde no sólo hubo un desmonte de políticas ambientales, sino políticas claramente anti-ambientales».
A pesar de los incendios, un dato del que el Gobierno brasileño puede presumir es la caída de la deforestación en la Amazonía (aunque no en otros biomas): según datos oficiales, la destrucción de la selva tropical disminuyó un 22 por ciento en un año, afectando a unos 9.000 kilómetros cuadrados de selva, el mejor dato desde 2018.
La administración de Lula tendrá la oportunidad de mostrar estos avances al mundo y presentar nuevos compromisos en la COP30 del clima, que se celebrará en Belém (estado de Pará, en la Amazonía) en noviembre de 2025
La entrada Brasil cierra un año de azotes climáticos se publicó primero en El Periodista.
Brasil, el país con mayor diversidad biológica del mundo, se despide de un 2024 marcado por los extremos climáticos: en mayo unas inundaciones históricas sumergieron el sur bajo el agua y poco después la Amazonía vivía una sequía récord, que enlazó con una ola de incendios tanto en la selva como en otros biomas. Estas
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Brasil, el país con mayor diversidad biológica del mundo, se despide de un 2024 marcado por los extremos climáticos: en mayo unas inundaciones históricas sumergieron el sur bajo el agua y poco después la Amazonía vivía una sequía récord, que enlazó con una ola de incendios tanto en la selva como en otros biomas.
Estas catástrofes ambientales, sobre todo las lluvias en el estado sureño de Rio Grande do Sul provocaron una conmoción social que ayudó a consolidar una tendencia que los especialistas ya vienen observando en los últimos años: el debate sobre el cambio climático ya ha salido de la burbuja ecologista. Está en la calle.
Para Vitória González, coordinadora de proyectos de la plataforma CIPÓ, en los dos últimos años, sobre todo en 2024, el tema del cambio climático «ha ganado más espacio en los medios de comunicación y en la vida cotidiana, no sólo de las personas directamente impactadas».
En Rio Grande do Sul murieron 183 personas y más de 400.000 se vieron obligadas a dejar sus casas. Imágenes impactantes, como el rescate de un caballo en el tejado de una casa rodeada de agua, se intercalaron con informaciones sobre lo poco que la ciudad de Porto Alegre invirtió en prevención de inundaciones en los últimos años (cero reales en 2023) o la desregulación de la legislación ambiental que el gobernador del estado impuso en 2019, modificando 500 puntos del Código Estadual de Medio Ambiente.
Una encuesta del año pasado del Instituto de Tecnología y Sociedad (ITS) de Río mostró que a los brasileños les preocupa el medio ambiente. Según el sondeo, el 94 por ciento cree en el cambio climático y el 74 por ciento considera que está causado por el ser humano (en EEUU los porcentajes bajan al 70 y el 58 por ciento, respectivamente).
La sociedad sabe que existe un problema, pero la falta de educación política y ambiental dificulta que haya una traslación de esa conciencia al voto, comenta González, que pone como ejemplo la relección del alcalde de Porto Alegre, Sebastião Melo, en las recientes elecciones municipales a pesar de su cuestionable gestión de la crisis, sobre todo por la falta de inversión en prevención.
«Me parece una gran pérdida para el debate sobre la responsabilización de los políticos por la inacción frente a los desastres», afirma González.
En un año de extremos, poco después de que la lluvia anegara el sur de Brasil empezó la temporada seca en el norte: la Amazonía registró la peor sequía que se recuerda, con los ríos en niveles bajísimos y con buena parte de su caudal transformado en bancos de arena. Lo mismo ocurrió en el centro-oeste del país: en el Pantanal, la llanura inundable más grande del mundo, el río Paraguay alcanzó el nivel más bajo desde 1900.
Como consecuencia de la falta de agua, la temporada de incendios fue especialmente virulenta. En la Amazonía, en los 11 primeros meses del año se registraron 134.979 focos de incendio, un 44 por ciento más que en el mismo periodo de 2023, y en el Cerrado (la sabana tropical brasileña) y el Pantanal el aumento aún fue mayor, del 64 y el 139 por ciento, respectivamente.
Para González, la preparación o no ante este tipo de desastres ambientales «no puede pensarse únicamente en los momentos críticos», sino que debe pautarse en políticas de medio y largo plazo que sean capaces de adaptar los territorios a esos choques extremos, «conciliando conservación y desarrollo».
En cualquier caso, la especialista refuerza la mejora significativa en términos ambientales y climáticos en el actual gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva en comparación con la administración de Jair Bolsonaro (2019-2022), «donde no sólo hubo un desmonte de políticas ambientales, sino políticas claramente anti-ambientales».
A pesar de los incendios, un dato del que el Gobierno brasileño puede presumir es la caída de la deforestación en la Amazonía (aunque no en otros biomas): según datos oficiales, la destrucción de la selva tropical disminuyó un 22 por ciento en un año, afectando a unos 9.000 kilómetros cuadrados de selva, el mejor dato desde 2018.
La administración de Lula tendrá la oportunidad de mostrar estos avances al mundo y presentar nuevos compromisos en la COP30 del clima, que se celebrará en Belém (estado de Pará, en la Amazonía) en noviembre de 2025
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